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La guerra de Corinto o guerra Corintia fue un conflicto en la Antigua Grecia que transcurrió entre los años 395 a. C. y 387/6, en el que se encontraban involucrados, en un bando, Esparta y, en el otro, una coalición de cuatro grandes estados (Tebas, Atenas, Corinto y Argos) que se conoció como el sinedrion (συνέδριον: consejo) de Corinto (en realidad las alianzas entre ellos tenían un carácter bilateral). El Imperio aqueménida permanecía en la sombra, sin participar de manera activa, pero subvencionando con oro primero a la alianza de Corinto y, más tarde, cuando vio el riesgo de reconstrucción del imperio de Atenas, a la liga del Peloponeso liderada por Esparta.
La causa inmediata de la guerra fue un conflicto local entre focidios y locros en Grecia central, alentado por la facción tebana hostil a Esparta. Pero la causa subyacente ha de encontrarse, como ya hiciera el anónimo historiador de Oxirrinco frente al filoespartano Jenofonte, en la hostilidad hacia Esparta provocada por la dominación unilateral que había ejercido en los nueve años que siguieron al final de la guerra del Peloponeso.[1]
La guerra se llevó a cabo en dos escenarios o frentes sucesivos: primero en el istmo de Corinto y Grecia central, y subsecuentemente en el Egeo. En tierra los espartanos se impusieron en las batallas hoplíticas de Nemea y Coronea, en el verano de 394 a. C., pero fueron incapaces de obtener ventajas estratégicas de dichas victorias, por lo que la guerra entró en una situación de punto muerto, de guerra de desgaste o de "trincheras" en la que ambos bandos consumían recursos a través del pago a mercenarios. En el mar la flota espartana fue aplastada en las cercanías de Cnido, en agosto de 394 a. C., por una flota persa comandada por Conón (mercenario de lujo de origen ateniense), acontecimiento que puso fin a la hegemonía naval de Esparta. Aprovechando este hecho, Atenas lanzó varias campañas navales en los años posteriores de la guerra, reconquistando un número de islas que habían sido la parte del antiguo Imperio ateniense durante el siglo V a. C.
Alarmados por estos éxitos atenienses, los persas dejaron de apoyar a los aliados y comenzaron a apoyar a Esparta. Este cambio de bando obligó a los aliados a buscar la paz. La Paz de Antálcidas, comúnmente conocida como la «Paz del Rey», se firmó en el 387 a. C., terminando así la guerra. Este tratado declaró que el Imperio aqueménida controlaría toda Jonia y que las demás ciudades griegas serían independientes. Esparta debía ser el garante de la paz, con el poder de hacer cumplir las cláusulas del tratado.
Los efectos de la guerra, por lo tanto, fueron establecer la capacidad de Persia de interferir satisfactoriamente en la política griega y afirmar la posición hegemónica de Esparta en el sistema político griego.[2]